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martes, 22 de enero de 2013

La Realidad y la Ficción exhibe Harold Olmos al referirse a "esos despiadados criminales con sentencia ejecutoriada" con que se calificaron Rivera y Rodas desde Palmasola, sufriendo hoy lo que hicieron sufrir a sus víctimas que el autor compara con personajes de Arthur Koestler


Se les ha aplicado un encarcelamiento en áreas restringidas “como si fueran los más despiadados criminales con sentencia ejecutoriada” y viven el peor calvario de sus vidas. Hasta hace sólo un par de meses eran príncipes de la legión de abogados encargados de dirigir las causas legales del gobierno y de someter a los adversarios. Los ex titulares de la brigada legal del gobierno, Fernando Rivera y Dennis Rodas, viven el drama indignante de muchos bolivianos atrapados por una política salvaje carente de fronteras éticas que parece rutina a lo largo de la vida institucional del país.
Registradas en El Deber del miércoles, las quejas de los abogados sobre las miserias en las que han sido inmersos evocan los reclamos cada vez menos audibles del comisario Nicolas Salmanovich Rubashov, el ex poderoso jefe policial bolchevique enfrentado a quienes fueron sus subordinados en “Oscuridad al Mediodía” (Darkness at Noon, Penguin Books) del genial Arthur Koestler (1905-1983). En la novela, el comisario vive el oprobio de un sistema político y judicial que ayudó a construir en pos de una nueva sociedad y sobre el cual reflexiona, tardíamente, pues ya carece de capacidad para desmontarlo y acaba condenado a muerte.
A los dos abogados encarcelados se los percibe como parte de un método de supuesta justicia orientada a favorecer las causas del gobierno y han dicho que todo cuanto hacían era conocido por los funcionarios superiores y ministros de los que dependían. (Éstos han dicho que esa afirmación no es cierta. Quieren decir que la responsabilidad no llega hasta ellos.) Al igual que otros de sus colegas encarcelados desde que empezó el desenrollar de la madeja de corrupción denunciada por el agro inversionista estadounidense Jacob Ostreicher, todos aseguran haber cumplido cabalmente la misión que se les encomendó. Puestas sus palabras en las del ex comisario Rubashov, equivaldría a decir con impotencia e incredulidad: “Todos nuestros principios eran correctos, pero nuestros resultados fueron erróneos…Les trajimos la verdad, pero en nuestras bocas sonaba como una mentira…”
Este escabroso episodio representa lecciones imposibles de ignorar. La más evidente e inmediata es que el poder es efímero; las reglas aplicadas a los adversarios también serán válidas cuando las piezas del gran tablero nacional cambien de horizonte y los juzgadores de hoy sean los juzgados mañana. Y como el ex comisario a punto de morir podrán preguntarse: ¿Valió la pena?