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lunes, 17 de julio de 2017

Penaranda se suma a las voces en contra de los edificios que ocupan Plaza Murillo detrás del Palacio de Gobierno y del Congreso Nacional. todo el mundo condena su mal gusto y el quiebre de la arquitectura colonial y republicana, si bien advierten la necesidad de mayores espacios para la Administración.


El brutalismo de Evo Morales


Me uno al debate iniciado por Carlos Mesa sobre el ‘engendro’ que Evo Morales ha ordenado construir a las espaldas del Palacio de Gobierno, un mamotreto de 28 pisos y 250 millones de bolivianos de costo. A las pocas cuadras, el Legislativo también tendrá una nueva sede, otro armatroste de pésimo gusto y extraordinario precio, en ese caso de 500 millones de bolivianos.
En enero de 2014 escribí la columna El nuevo Palacio de Evo, en la que me sumé al pedido de Agustín Echalar de salvar la casona colonial que estaba en el lugar y evitar la construcción del adefesio de marras. Otras notas de prensa, y otras columnas de Echalar fueron publicadas posteriormente al respecto, algunas de ellas tomando como base los análisis del arquitecto Juan Carlos Calderón, quien advertía sobre el daño urbanístico que estaba a punto de cometerse.
Finalmente, la columna de Mesa sí logró por lo menos una reacción de las autoridades, que se habían negado antes a darla, mediante el vicepresidente Álvaro García Linera, que hizo una declaración llena de su habitual fraseología. Mesa, con precisión de cirujano, demostró la falta de conocimiento e información de García Linera sobre el tema. Es lamentable que este debate se dé recién ahora cuando ya no hay nada que hacer al respecto.
A todo lo dicho por Mesa en su respuesta al vicepresidente queda algo que agregar: el diseño de los dos edificios, en realidad, responde al estilo ‘brutalista’, que estuvo vigente entre los años 50 y 70 y que dio origen a feas y enormes construcciones basadas en ‘cemento bruto’, de donde viene el nombre de esta tendencia arquitectónica. En varias ciudades de EEUU y Europa, los edificios más antiestéticos son de ese estilo, tanto que motivó que vecinos y especialistas hicieran campañas para demolerlos.
Es verdad que en el pasado, sectores que detentaban el poder deseaban imponer una nueva simbología mediante la destrucción de edificaciones anteriores. Claramente lo hicieron los españoles, encima de templos mayas, aztecas o incas, o los liberales en Bolivia a principios del Siglo XX, que decidieron derribar, por ejemplo, la modesta pero hermosa iglesia jesuita del Loreto para construir el actual Palacio Legislativo. Fueron errores y horrores cometidos contra la herencia cultural anterior. Y cuando pensábamos que ello nunca más sucedería, porque suponíamos que los políticos evolucionan hacia ideas de tolerancia, de respeto, de reconocimiento del pasado, de sensibilidad artística, etc., llega la megalomanía de un régimen incapaz de reflexionar con sensatez y escoge el brutalismo para dañar para siempre el espíritu de una ciudad.